by Maximiliano Martinez
(Madrid)
Todavía recuerdo tu potente mandíbula
y tus inquietantes dientes blancos,
en contraste con la cálida y serena mirada de tus ojos.
Todavía recuerdo la fuerza de tus patas posadas sobre mi pecho,
y el sedoso pelo de tu ancho lomo.
Sueño con tus alegres ladridos de bienvenida tras la ausencia diaria,
y tus largas carreras en nuestros vespertinos paseos.
Me emociona pensar en la tristeza y el dolor que embargó tu ánimo,
cuando mi padre, tu amo, nos dejó aquella noche de verano
y te convertiste en la sombra protectora de mi madre enferma.
Me entristece recordar la tarde, también de verano,
en la que el destino te apartó bruscamente de su lado.
Yacías muerto en la misma carretera donde te recogió,
cuando apenas eras un cachorro desnutrido y abandonado.
Y como siempre hacía, sacando fuerzas de flaqueza,
te recogió con cuidado y te dio sepultura
con la emoción contenida de quién despide a un amigo.
¡Adios Curro !, ¡Adios Curro !, repetía una y otra vez
mientras se dejaba rodear por mis brazos.
¡Gracias Curro! ¡Gracias Curro! Susurraba yo,
por haberte queda siempre a su lado.
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